La vida novohispana transcurría entre los trabajos diarios como la minería, agricultura y comercio, las plazas y mercados eran circuladas por comerciantes que las llenaban con sus productos traídos desde distintos lados, camarón y pescado de la costa, granos y forrajes desde las haciendas, etc. Las carretas, caballos y mulas a diario introducían sus mercancías, los centros mineros como Sombrerete gracias a su concentración poblacional y económica eran privilegiados, solamente las epidemias, crisis como sequías, limitaron la entrada de los comerciantes al poblado.

Además del trabajo la religión era base en la vida cotidiana de Sombrerete y la Nueva España, la mayoría de ceremonias fueron relacionadas con la fiesta y el júbilo en honor a los Santos y Vírgenes, representados en las iglesias de cada villa, pues se realizaban acompañadas con corridas de toros y pólvora. Este tipo de eventos eran reservados a fechas especiales, por lo que los habitantes requerían de otro tipo de diversiones, entre ellas se encontraban los juegos de azar como los naipes, dados y peleas de gallos, además de los nacientes coleaderos.
El caballo fue una bestia desconocida para los nativos americanos, sin embargo rápidamente adoptaron su uso, las necesidades de las haciendas dieron pauta en el siglo XVII de otorgar permiso para usarlos, desde entonces terminaron por ser una herramienta básica de la vida novohispana. Tiempo después es cuando aparecen las suertes charras, diversión hecha por igual en haciendas y ranchos, que aprovecharon el constante manejo del ganado, para hacer su diario más ameno.

Los valles, parajes y terrenos resultaron óptimos y fueron aprovechados para las “fiestas de coleaderos”, que a pesar de su ilegalidad se toleraron y fueron aceptadas como práctica común. En la región de Sombrerete se tiene registro de estas actividades desde 1760, cuando se realizó un coleadero en la “Laguna blanca” Sain Alto, con graves consecuencias. Los cinco hijos de Don Francisco Sánchez resultaron gravemente heridos, algunos de muerte, según su testimonio debido a heridas hechas por Luis de Castro, sus hijos Joseph Domingo y Joseph Antonio junto a Lázaro Madrid.
La molestia fue por reclamos hechos a los apartadores (encargados de arrear los toros para los coleadores) Antonio y Lázaro Madrid, por Francisco de Salas, tío de los afectados, quien en el instante recibió una cuchillada y respondió de igual forma. No contentos con el resultado procedieron a emboscarlos quedando moribundos, con múltiples y profundas heridas tres de los cinco hermanos.

La fiesta charra evolucionará durante el siglo XIX para consolidarse como una nueva imagen de la mexicanidad que se mantiene hasta nuestros días como toda una gran tradición, sin dejar de lado conflictos y problemáticas, persiste en la vida de los mexicanos.
Fuente
Fondo: Alcaldía Mayor
Sección: Justicia
Serie: Causa criminal
Año: 1760
Imágenes: Ernesto Icaza y Luis G. Inclán, Siglo XIX. Son representativas, se busca ilustrar de la manera más cercana el atuendo del Siglo XVIII.